Capítulo 1 – Qué hermoso y decepcionante es enamorarse

Hay algo casi mágico en enamorarse.
Sucede sin aviso, sin reglas, sin defensas.
Te entregas por completo a quien crees correcto,
a quien te hace sentir que el amor es recíproco,
que el latido se comparte, que el alma encuentra eco.
Y por un momento… todo parece tener sentido.
Porque sí, enamorarse es fácil.
De un día para otro, sin pensarlo demasiado,
te descubres sonriendo al recordar una mirada,
esperando un mensaje, soñando despierto.
Te entregas, confías, y simplemente crees.
No dudas. No temes. No mides.
Pero a veces, para la otra persona también es fácil…
romper esa confianza.
Llenar el presente de excusas viejas,
de heridas no sanadas, de miedos ajenos que ahora te imponen.
Te moldean con advertencias disfrazadas de cariño:
“No hagas esto… no seas como ellos… no me lastimes.”
Y tú, que solo querías amar,
terminas caminando con cuidado en un campo de minas emocionales
que no sembraste tú.
Qué difícil es seguir con alguien así.
Qué duro es mirar tu reflejo y no reconocerte,
sabiendo que tu luz fue apagada lentamente
por alguien que nunca quiso encender la suya.
Pobre alma llena de vida,
que se dejó endulzar el oído por palabras vacías,
por promesas que se esfuman con cada día,
por alguien que no buscaba amar, sino controlar.
Y entonces lo entiendes…
Enamorarse puede ser lo más hermoso,
y a veces, también, lo más decepcionante.
Capítulo 2: Lo que más amo es…

En la vida, hay pocas cosas que uno realmente valora. Todos tenemos nuestras propias prioridades, nuestras propias definiciones de lo que es valioso. Para mí, sin duda, lo más importante es el tiempo. No solo el tiempo que pasa, sino el que decido regalar. También valoro la compañía sincera, la confianza que se construye con paciencia, esos momentos divertidos que nos recuerdan lo liviana que puede ser la vida… pero, sobre todo, lo que más amo es el tiempo.
No soy alguien que comparta su tiempo con cualquiera. No me nace. Prefiero estar con personas que siento cercanas, con aquellas con las que verdaderamente quiero estar. Con el tiempo, he aprendido a ser selectivo, a entender que no todos deben conocer esa parte de mí que se emociona con lo simple. Porque sí, soy de los que encuentra belleza en lo sencillo, en lo tranquilo, en lo que no necesita de adornos para ser suficiente.
Mi tiempo no es más valioso que el de los demás, pero lo cuido como si lo fuera. Y aunque no me pesa regalarlo, lo hago solo a quienes realmente lo merecen, a quienes de verdad significan algo para mí.
Capítulo 3: Komorebi

En Japón existe una palabra para describir cómo la luz se filtra entre las hojas: komorebi.
Una palabra que no solo nombra la luz, sino también el instante, lo efímero,
esa belleza que existe solo un momento… y luego se va.
También ellos hablan de cómo hay momentos en la vida que son únicos,
irrepetibles, como esa luz que cambia con el viento,
que toca las hojas solo una vez antes de desaparecer.
Hoy, hago uso de esa palabra.
Porque sé que jamás volveré a sentir esto mismo,
esta calidez que me abraza el pecho,
esta melancolía que también arde.
Mis sentimientos, como la luz del sol,
se filtran por mi cuerpo,
atravesando cada grieta, cada hoja de mi alma,
dejando sombras suaves… pero reales.
Komorebi.
Así me siento hoy:
como una emoción que pasa,
pero que se queda grabada para siempre.
Capítulo 4: El final de un comienzo que jamás existió

Siempre me pregunté si volvería a esto: a los días en que no nos hablamos, a fingir que no estás ahí, a contener las ganas de escribirte solo para hacerte reír como siempre. Y al final, sí, volvió a pasar. Hoy siento que el mundo se me viene encima. Me desmorono por un sentimiento que juré no volver a permitir, uno que, sin querer, logró colarse otra vez.
Y no me malinterpretes: me encanta lo que siento. Porque cuando aparece, parece que todo en mí se ilumina de nuevo. Vuelve mi risa, mi brillo, hasta la forma en que hablo cambia. Me siento vivo. Pero también hay una parte de mí que recuerda por qué juré evitar esto desde el principio. Es hermoso, sí, pero también profundamente decepcionante.
Durante un momento pensé que habíamos conectado, que podía dejarme llevar sin intervenir, como si de verdad existiera eso de “lo que la vida tiene preparado”. Pero incluso eso tiene consecuencias. A veces uno cree que su tiempo vale, que no todos lo merecen. Y ahora lo sé: nadie va a valorar el tiempo que le das a alguien más que tú mismo. Y mi tiempo… se ha ido gastando.
Aun así, me queda algo. Lo usaré para regresar a mí, para reenfocarme. Me desvié un poco, lo reconozco, pero sé que puedo volver.
Tal vez la vida, el destino o la suerte no estaban de mi lado… o tal vez no existen. Quizá uno mismo los inventa, los construye con cada elección. Así que, desde aquí, decido seguir creando mi camino.
Y antes de terminar, quiero pedirte perdón. Perdón por sentir tanto. Por imaginarme cosas que tú nunca prometiste. Por seguir la dinámica como si no me afectara. Por guardar momentos que para mí fueron únicos. Por dejar que todo lo que vivimos, aunque fuera breve o nada en realidad, me atravesara tan hondo. Perdón por quedarme con recuerdos que nunca compartimos al mismo nivel.
Este… es el final de un comienzo que jamás existió.

