He sostenido la calma,
como quien carga un río en las manos,
pero empieza a derramarse,
mi cuerpo no soporta el peso de lo quieto.
Los silencios ahora rugen
ecos atrapados en el pecho;
los vacíos se expanden despacio,
y hacen del alma un desecho.
Y los recuerdos, tercos y obstinados,
se aferran al aire como eternos.
Gritan, arden, me persiguen,
y yo me hundo entre sus infiernos.
Es un desbordarse lento,
la tregua rota en cada sombra,
un duelo entre lo que ya no soy
y lo que en mi abismo aún se nombra.
Por: Meritzi Ramírez.

