Antes de historia: Estimado lector, el cuento «La Reina Envenenada» fue concebido a través de la experimentación, motivo por el que se le conoce también como cuento colectivo. El texto fue escrito por cinco autores luego de un sorteo de turnos, donde el reto para el primero de ellos fue plantear la premisa para que el segundo escritor continuara, y así cada uno hasta que el quinto cerrara la historia. Este experimento tiene como finalidad explorar los limites de la creatividad, a través de las limitaciones y horizontes surgidas de otros. Así mismo cada una de las secciones fue enviada a un ilustrador para darle un peso visual y que la experiencia sea más disfrutable. Esperamos que esta historia construida con pedacitos de cada uno de los autores sea de tu agrado.
Autores: Esau A. Ramos, Meritzi Ramírez, Pablo A. Ramos, Yatle Villalobos y Aldo.
Ilustradores: Sebastián Aldaba de Lira, Lucia Longoria, SR y Zaha Zoru.
La Reina Envenenada
La cotidianidad de mi vida no pudo iniciar hasta que Magdalena se presentara en ella con rasgos finos y cabello lacio. Desde muy pequeña tuvo la peculiaridad de ser envolvente cuando hablaba, y desde entonces a la gente le gustaba lo que hablaba, a veces, simplemente porque era dicho con su voz y otras, por otras cosas. Por lo menos así es mi punto de vista que bien pudiera estar bastante trastornado.
Antes de Magdalena, mi hermano y yo compartimos la vida a mi punto de vista, ahora sé lo malo que fue, pensaba que duraría para siempre, una verdadera amistad, amistad que acabó como nuestra primera partida de ajedrez.
De apariencia pacífica, solemne marea y elegantes movimientos de caballo, que más parecían estar danzando. Yo llevaba blancas, pero sus torres pronto se hallaban dobladas en séptima, de mi parte había tomado su dama y el costo de eso fue de elevadísimo valor.
¡Jaque mate! Pude verlo antes de que su caballo negro se elevara sobre el tablero e invadiera f2; para entonces había perdido mi primera partida. Ya se me había hablado de la genialidad de Capa blanca, de las románticas partidas de Murphy, incluso de Héctor; el niño prodigio de la escuela, por eso no me consideraba principiante pero el reflejo de los hechos me contradecía. A Héctor quien aún no fuera tan bueno en ese arte como en las otras en las que desde nacimiento fue accidentalmente excepcional, nadie había podido vencer hasta el momento en el juego, se hablaba de él como si de un sobre humano se tratara, no era quien tuviera las mejores notas escolares, pero tampoco se requería de mucha observación para darse cuenta que superaba por mucho al resto, fuera quien fuera.
Su padre, de quien no se puede decir casi nada digno; pronto hizo de su vida un acúmulo de vicios y hábitos nada respetables que terminaron avergonzando a su familia, apostador, alcohólico y todo lo que eso conlleva culmino en el abandono de su esposa cuando Héctor aún no daba su primer llanto y solo se supo de él cuando la madre de Héctor murió. Algunos dicen que las deudas lo terminaron matando. La única vez que quiso hacerse pasar como el padre amoroso, la hipocresía se le notaba desde lejos como aroma que cala y hasta molesta; por eso su hermano se deshizo de él, sugiriéndole más bien obligadamente irse para siempre y olvidarlo todo lo del pueblo, hasta a sus hijos. Por eso el tío adinerado educó a Héctor y por tal razón a él nunca le faltó nada; ni la disciplina, ni los regaños, ni las llamadas de atención que siempre las sirvientas le tenían presente; aunque no por eso dejaría de ser rebelde.
De lunes a viernes, habiendo terminado sus deberes académicos escolares, llevaba clases de piano, el instrumento favorito de su madre y ensayaba con él hasta el cansancio, y después, como pasatiempo, era instruido por su tío en literatura y ajedrez. Todas las señoras que lo conocían y conocían a su tío, es decir, todas las del pueblo y hasta de otros pueblos; opinaban exactamente lo mismo, el niño no tenía tiempo ni de respirar, y si lo hacía tenía que hacerlo mientras realizaba algo de provecho, pues él, según el tío, estaba para ser el mejor, y así lo fue, aunque eso no quiere decir que fuera lo mejor.
Fue también él quien me arrebató a mi hermano y de no ser por Magdalena alguno de los dos ya debería estar muerto. La asimilación sigue sin hacerse mi amiga, ni él ni el olvido se quieren llevar este recuerdo. No solo le llevaba años de ventaja sino también bastante fuerza y, aun así, ninguna de sus ventajas le sirvió de algo, más bien, no le ayudaron nada, con menos de 3 golpes Héctor había puesto a mi hermano en el suelo como muerto, no me dejó despedirme de él, así como su tío no le permitió ni conocer a su padre, por eso desde entonces se le catalogó como malo.

Ah, pero Magdalena…
A mis ojos es, y no tengo idea de hasta cuando seguirá siendo así, la niña más inocente que me ha tocado conocer, no sé cuándo le tomé el cariño que le tengo.
Oh, mi querida Magdalena… Quizás, de no ser por su compañía, mi existencia se habría quedado estancada en el día que Braulio murió. Su habilidad para tener las palabras correctas en el momento preciso y su voz melodiosa, hicieron que mi sensación de soledad no creciera cuando debió haberlo hecho.
La primera navidad sin mi hermano fue una de las épocas más desoladoras de toda mi vida, incluso más que el día en que se fue. Para ese entonces, después de un par de semanas del suceso, yo apenas comenzaba a entender realmente. Braulio no se sentaría más conmigo, ya no hornearíamos galletas de jengibre, ya no habría más partidas de ajedrez… Ya no estaría. ¿Cómo podría hacerme a la idea de que su vida se había quedado en ese golpe y la mía seguiría? ¿Cómo es que alguien osó decidir hasta cuando él estaría aquí? ¿Con qué derecho?
Mi padre lo pasó fatal, pero mi madre, ella perdió el control de su vida; los antidepresivos se volvieron su guía y los ansiolíticos sus mejores amigos. Ellos no se daban cuenta que yo aún seguía ahí, que no me había ido. Es como si al igual que Braulio, también hubiera muerto para ellos. Pero Magdalena estuvo ahí, todo ese tiempo estuvo ahí junto a mí. Su mirada dulce estuvo acompañándome siempre. Jamás se quejó, a pesar de lo detestable que podría llegar a ser, ella jamás me dejó.
La situación con mis padres no mejoró con el tiempo y yo, cansado de vivir con ellos, me fui del pueblo. Dejé todo lo poco que me quedaba allí y lo único que me dolió abandonar fue a Magdalena. Era ella quien me hacía dudar; quería que me quedara y, a pesar de todo lo que hizo por mí, no pude hacerlo. Tenía que irme, no aguantaba un segundo más en ese horrible lugar lleno de asesinos sueltos y padres ausentes. Apestaba a miseria.
Hoy por fin, después de 7 largos y solitarios años, regresé.
Puedo decir que casi nada ha cambiado, que todo se siente igual; los jilgueros se siguen escuchando melancólicos, los árboles susurran y el tiempo parece no deslizarse entre las calles. El viento está frío. Llevo media hora sentado en el parque, sin saber qué hacer o a dónde ir. Mi nariz se siente congelada y mis dientes están titiritando. ¿A qué vine? En realidad, no tengo respuesta alguna ante ese cuestionamiento. Ayer, mi último día de trabajo antes de salir de vacaciones de navidad, mientras regresaba del trabajo al pequeño departamento que rentaba me invadió una extraña sensación de melancolía al observar aquella fotografía guardada entre las páginas del libro de Elena Garro que tenía desde que era joven, fotografía donde aparecemos Magdalena, mi hermano y yo. Recordé aquel día en el parque del pueblo, Magdalena y yo como de costumbre, estábamos inmersos en una partida de ajedrez, mi hermano tomaba fotografías con la cámara instantánea que papá le había obsequiado. En un pequeño parpadeo el tablero se había limpiado de las piezas negras, que yo jugaba, y sin modo de poder darle batalla su reina y una de sus torres habían puesto a mi rey en una posición de la cual no podría salir con vida. Ese día mi mente se encontraba dispersa, vagando entre pensamientos, pensamientos recurrentes, algunos relacionados a Magdalena. Hasta ese día no había notado la belleza que irradiaba su rostro, sobre todo cuando esbozaba aquella sonrisa medio burlona cuando tomaba con tanta facilidad mis piezas de aquel tablero, además sus cabellos danzando al ritmo de aquel generoso viento emitían un aroma como a rosas que encendía “algo que no sé explicar” dentro de mi cerebro. Fue cuando me ví perdido en aquel juego que ella soltó una carcajada burlándose por aquella derrota tan deshonrosa, solo tuve a darle una pequeña mirada de indignación mientras reacomodaba las piezas en el tablero. Fue entonces que mi hermano se acercó y nos abrazó para hacer una foto, se sentó al lado de Magdalena dejándola al centro de ambos, sostuvo la cámara con el lente apuntando hacia nosotros y tomó aquella fotografía.
Cuando la miré, aquella nostalgia me invadió por completo, me preguntaba que habría sido del pueblo, de aquel parque, que habrá sido de Héctor y de su tío, no sabía nada desde aquel día que me fui, ni siquiera cuando mamá murió regresé. Me preguntaba si papá aún vivía en la misma casa donde crecí, esa que estaba junto a la panadería, pero sobre todo, me preguntaba qué había pasado con Magdalena. ¿Será que aún sigue siendo excelsa en el ajedrez?, ¿Aún sigue hablando con aquella voz que captaba la atención de hasta el niño más difuso de pensamientos? y ¿Será que sigue siendo la niña más inocente que he conocido hasta la fecha?
La nostalgia y la intriga de saber que había pasado en aquel lugar gobernaron mis impulsos, inmediatamente preparé mis cosas y tomé el autobús hacia el pueblo. Ahora estoy aquí, 7 años después de que hui, sentado en una banca del parque frente al paisaje donde aquella foto fue tomada sin saber porque es que vine a este lugar. En realidad, algo en mí sabe que hago aquí, vine por Magdalena claro, era lo único que aún me ata de cierta manera a este sitio.

El frío a mi alrededor cala en todos mis huesos, sin embargo, el paisaje ante mis ojos es sorprendente y me quedo observándolo por un momento. Decido finalmente ponerme de pie y de inmediato camino en dirección al centro del pueblo, a la calle de la panadería, esa dónde vivíamos y dónde claro Magdalena vivía. En el camino pude notar que a pesar de haber pasado 7 años todo sigue viéndose casi igual, solo las paredes mostraban las inevitables marcas del paso del tiempo cubiertas por capas de pinturas que intentaban ocultarlas, el viejo naranjo seguía de pie, aunque sus ramas apuntando al suelo evidenciaban un cansancio añejo y las calles seguían conservando aquel empedrado que había sido colocado cuando yo tenía apenas unos 2 años y medio.
Finalmente llegué a la casa de Magdalena y parece abandonada, los cristales de las ventanas están todos rotos, la puerta entreabierta con la chapa rota y trozos de madera faltantes, algunos se encuentran al pie de la puerta y otros parecen haberse desvanecido, pienso unos segundos antes de entrar, doy pequeños pasos en dirección a la puerta, pero justo cuando estoy a punto de dar un pequeño empujón una voz detrás de mí me detiene.
-Hey ¿Qué mierda haces aquí?
Aquella voz me tomó desprevenido y el pequeño brinco que di fue evidencia de ello. Al principio me costó un poco reconocer su rostro y cómo no si ya habían pasado 7 años, por supuesto que sus facciones deberían estar más maduras, y creo que a ella le sucedió exactamente lo mismo o quizá directamente no esperaba verme de nuevo, porque tardó incluso más que yo en darse cuenta que se trataba de mí y no de un delincuente que estuviera asechando su antigua casa.
Esperaba cualquier reacción, un abrazo efusivo, un llanto de alegría, incluso que se mantuviera en silencio tratando de procesar todo lo que estaba pasando, pero ¿una bofetada? Por Dios que no me lo esperaba, eso sí que no me lo esperaba.
– ¿Qué haces aquí?
Fue la primera pregunta, no fue un ¿cómo estás?, ¿qué ha sido de tu vida?, ¿por qué tardaste tanto en venir?, ¡No! Nada de eso.
-Magdalena yo…
No salieron las palabras porque no pude decirle que estaba aquí por ella, y es que entendía su enojo, después de todo lo que hizo por mí y de lo tanto que me pidió que me quedara, yo simplemente me fui y no volví a tener ningún tipo de contacto con ella ni con nadie. Sin embargo, justo cuando intenté encontrar las palabras adecuadas y desvié mi mirada al suelo es que me di cuenta de la enorme barriga que se cargaba ¡Madre mía está embarazada! ¡Magdalena, mi magdalena está embarazada!
Estoy seguro que se dio cuenta de mi descubrimiento, y como no, seguro me delató la sorpresa en mi cara o la tristeza de mis ojos y antes de que cualquiera pudiera decir algo, escuchamos la voz de un hombre llamándola por lo que se fue sin más, dejándome ahí con un montón de dudas.
Después de procesar un poco lo que acababa de ocurrir me dirigí a un viejo hotel cerca del centro para poder hospedarme ahí, aunque para ser sincero, tenía tantas ganas de largarme, pero es que soy tan estúpido, cómo creí que al volver todo estaría igual, como si todos esperaran a encontrarse conmigo para seguir con sus vidas, por qué habría de imaginar que después de tanto tiempo Magdalena se quedara esperándome, esperando a que regresara a ella como lo hacía siempre cuando niños.
A la mañana siguiente, después de casi obligarme a desayunar por el poco apetito que tenía, pensé en ir al panteón para visitar la tumba de Braulio, sin pensar que me encontraría ahí con Magdalena. Me confesó que lo ha visitado todos los días o al menos los que puede, desde que me fui. Eso explicaba que la lápida de mi hermano estuviera tan cuidada y con flores frescas. No tenía palabras, no podía formular ninguna oración, y cuando por fin pude hacerlo solo pude invitarle un café, pensando que quizá así podría ser más fácil para mi preguntarle sobre su vida actual.
Sentados en la cafetería esperando yo mi expreso y ella su capuchino descafeinado, comenzamos a ponernos al corriente, note como su voz melodiosa esa que tanto encantaba a las personas y por supuesto que, a mí, se había apagado. Transcurrieron algunos minutos en los que ella hacía preguntas referentes a mi vida y yo las respondía, sin embargo, yo aún no había podido preguntarle nada a ella, ni siquiera por su embarazo, aunque para estas alturas estoy seguro de que ella sabía las ansias que tenía por hacerlo.
Poco a poco se fueron acabando los temas de conversación que tuvieran que ver conmigo, y vaya pues tampoco es como que mi vida sea muy interesante, y a partir de aquí fue que me comenzó a relatar todo lo que sucedió después de que me marché.
Ella se quedó con el corazón hecho pedazos, pensando que todo lo que me había brindado no fue suficiente para que yo permaneciera a su lado, quise decirle que no fue así, pero no me permitió interrumpirla. Con forme pasaba el tiempo y después de sentir que se moría, se fue recuperando, comenzaba a sentirse mejor, para ese entonces murió el tío de Héctor y ella hizo lo mismo con él, estuvo ahí y lo acompaño en su dolor, se hicieron amigos y cada vez eran más cercanos. No culpo a Héctor por haberse enamorado de mi Magdalena, porque ¿Quién no lo haría? El único detalle y el más importante a mi parecer es que ella no correspondía a sus sentimientos, sin embargo, su familia comenzó a tener problemas económicos por una enfermedad que atacó a su padre, motivo por el cual, Magdalena se sintió obligada a comenzar una relación con él, relación que fue creciendo hasta el matrimonio.

Yo no sabía cómo sentirme, ella se había vendido y él la había comprado, pero más allá de eso, ella ya la pertenecía a alguien más. No pudimos seguir con la plática porque recibió una llamada que la dejo un poco alterada y salió casi corriendo del lugar, yo me quedé preocupado por la manera en que se fue, Héctor para mí era lo peor del mundo y no podía concebir que estuviera con Magdalena, él no la merecía, así que intentando ser discreto comencé a preguntar a la gente acerca de su relación, casi sin éxito por cierto, se sabía muy poco de ellos como pareja o mejor dicho se sabía lo que él quería que se supiera, pues teniendo un puesto importante dentro de la política tenía que tener una imagen perfecta, aun así yo seguía teniendo ese mal sabor de boca y estaba dispuesto a permanecer en este lugar hasta estar seguro de que Magdalena es completamente feliz y está segura.
Por supuesto que Magdalena no estaba segura en las garras de ese monstruo y lo comprobé el día que fui a buscarla a su casa, ella estaba muy nerviosa cuando me vio llegar, casi me suplicaba que me fuera, pero esto simplemente hizo crecer mis sospechas de que Héctor seguía siendo ese hombre celoso, agresivo, manipulador y posesivo que siempre fue, por eso cuando él llegó y nos encontró a Magdalena y a mí hablando en la sala de su casa, ella se quedó helada del miedo y yo me prometí que haría cualquier cosa para mantenerla a salvo.
Héctor me miro sorprendido y le pregunto a Magdalena.
-¿Quién es tu amigo?
Ella se quedó en silencio. La sala estaba apenas iluminada por una pequeña lámpara que se encontraba sobre la mesa ubicada en la esquina del cuarto, su cálida luz no era suficiente para borrar la penumbra de aquella habitación. Héctor nos dio la espalda por un momento mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba sobre el barandal de la escalera. Luego volvió a verme, pero siguió sin reconocerme. Di un par de pasos para que la luz me pegara mejor y entonces note que la expresión de su cara cambió. Héctor volvió a su expresión apacible, camino hacia la mesa donde se encontraba la fuente de luz y se detuvo frente a ella sumiéndome en la penumbra nuevamente.
-¿Así que eres tú? Ya había escuchado rumores de que habías regresado.
Dijo mientras movía un alfil en el tablero de ajedrez colocado al costado de la lámpara sobre la misma mesa. Un tablero hermoso construido en mármol donde se alternaban cuadros verdes y blancos, en los que descansaban las piezas de un juego inconcluso. Luego giró nuevamente hacia mí y recargándose sobre la mesa me preguntó mientras cruzaba sus brazos.
-¿Cuándo llegaste? ¿Qué quieres aquí?
Miré a Magdalena y pude notar el miedo en sus ojos que no dejaban de ver a Héctor. Volteé nueva mente hacia él y le respondí.
-Llegué hace un par de días. Vine a…
Hice una pausa. ¿Debo decirle que vine a buscar a Magdalena? ¿Qué regresé con la esperanza de llevármela? Héctor soltó un suspiro de exasperación y me cuestionó.
-¿Viniste a pasar navidad con tu familia? ¿Cómo está tu padre?
Yo no pude responder, solo desvié la mirada de la suya, miré al suelo y luego a la pared. Su pregunta por increíble que parezca me tomó por sorpresa. Ya tenía casi una semana en el pueblo y no había siquiera pensado en mi padre. Héctor notó mi incomodidad y no dudó en atacar.
-Claro. Tal vez no lo has encontrado en casa, deberías buscarlo en la cantina, allí seguro que lo encuentras.
Dijo de manera cínica y soltó una risa burlona. Luego miró a Magdalena y le preguntó inyectando ironía a su voz.
-¿O tú qué opinas mi vida? ¿Tienes idea de donde pueda estar?
Magdalena no le quitó la mirada de encima, sin embargo, esa mirada que antes delataba temor ahora proyectaba rabia. Yo no entendía lo que estaba pasando y solo atine a decir.
-Déjala en paz.
Héctor volvió a mirarme, se puso en pie dejando atrás la mesa con la lámpara y el tablero de ajedrez y sentí como su sombra se volvió más grande y me cubrió por completo. Entonces empezó a decir.
-Así que de eso se trata esto. Estas aquí por ella.
Dijo sin dejar de verme y apuntando con su mano a Magdalena. Luego la miró a ella y continuó.
-Está aquí por ti. ¿Qué le dijiste?
Preguntó con la voz en un grito. Y empezó a avanzar hacia ella. Magdalena ni se inmuto, sin embargo, yo intente detenerlo jalándolo del brazo y repitiéndole que la dejara en paz. De un solo movimiento Héctor me puso en el suelo y empezó a preguntarme.
-¿Qué te dijo? ¿Qué te dijo la maldita zorra mentirosa?
Me arrastré lo más rápido que pude para alejarme de él hasta pegar mi espalda contra el librero que se encontraba en el fondo de la habitación y Magdalena se acercó a el gritando.
-Nada. No le dije nada. No sabe nada.
¿Saber qué? No entendía nada de lo que estaba pasando. Héctor se apartó las manos de Magdalena con violencia y la empujo hacia la mesa y ella apenas logró sostenerse para no caer. El bajó la voz y dijo.
-Sé que estuviste dando vueltas por ahí y preguntado cosas. Estás muy interesado en nuestra vida, en lo que hacemos o dejamos de hacer ¿Qué te dijeron?
Yo no sabía nada, Héctor mantenía silenciada a la gente a base de miedo y sobornos, lo que me daba un indicio de que estaba involucrado en asuntos turbios. Nadie me dijo nada que yo no supiera ya. Sin embargo, buscando una mínima oportunidad de que se delatara en algo le dije.
-Fue difícil, pero lo sé. Sé lo que hiciste y como tienes sometidos a todos aquí. La gente te tiene miedo.
Héctor me miró fijamente y me preguntó con la voz en un hilo, como si estuviera asustado.
-¿Qué te dijeron?
Yo le respondí con un aire de cinismo.
-Te voy a hundir y terminaras en donde debiste estar todos estos años.
Héctor se frotó la cara con ambas manos y se puso en cuclillas para estar a mi altura. Descansó las muñecas sobre sus rodillas, vio a Magdalena y le dijo mientras su voz parecía quebrarse.
-Vamos a tener que hacerlo de nuevo. Yo no quiero, tú sabes que nunca quise que estas cosas pasaran, pero no tenemos opción.
Él se levantó, se pasó la mano por el pelo, miró nuevamente a Magdalena y luego volvió a verme a mí. Héctor tenía un gesto de hartazgo evidente. Caminó hacia mí o eso creí hasta que lo tuve a mi costado, tomó una pequeña caja de madera que se encontraba entre los libros y de ella sacó un revolver. Fue ahí cuando el pánico se apoderó de mí.
-¿Qué es eso? ¿Para qué…? ¿Qué vas a hacer?
Pregunté entre balbuceos y con la voz quebrada. Héctor tomó su distancia y me apunto directo al pecho.
-Lo siento mucho, pero no tenemos opción.
Me dijo casi de forma condescendiente. Y luego continuó.
-Pero antes, necesito que me digas que es lo que sabes y quien te lo dijo.
Intenté ponerme de pie, sin embargo, un movimiento de su mano empuñando el arma me dio a entender que debía quedarme quieto. Y fue ahí cuando el miedo mezclado con la rabia me hizo hablar.
-¡Eres un maldito asesino! Tú me quitaste a mi hermano y me quitaste a mis padres, todo fue tu maldita culpa. Tú arruinaste mi vida y le arruinaste la vida todos en este lugar. Nada en tu vida es real, todo es una puta mentira, una mentira que tú creaste, una mentira que compraste. Compras a las personas como si fueran cosas y las usas a tu antojo como si no tuvieran voluntad.
Héctor me escuchó mientras negaba con la cabeza y me interrumpió.
-¡Cállate! ¿De qué mierda estás hablando?
Miré a magdalena y entonces le respondí.
-A Magdalena. A ella la compraste, te aprovechaste de la situación que atravesó cuando su padre murió para tenerla a tu lado y la mantienes contigo bajo amenazas.
Héctor volvió a mirarme incrédulo y comenzó a reír.
-No sabes una mierda. Solo estás parloteando. ¿En serio crees que yo estoy reteniéndola a la fuerza? No tienes ni puta idea de cuantas veces tuve que limpiar su mierda. Veras, la posición en la que estamos actualmente requiere de una fachada, ya sabes, la familia perfecta o en este caso, el matrimonio perfecto que espera la bendición de un hijo y yo he hecho todo lo que está en mis manos para mantener esa imagen. Por otro lado, a ella le gusta esta vida llena cosas que yo puedo comprar ¿o no es así amor?
Le preguntó a Magdalena sin dejar de apuntarme y sin quitarme los ojos encima. Luego continuó.
-Sin embargo, a pesar de que disfruta de esas cosas irreales como tú las llamas, no deja de meterse en problemas, como si quisiera mandar al carajo todo lo que he logrado. ¿Y sabes quien tiene que solucionar esos problemas? Así es, yo tengo que hacerlo. Ella no es una niña inocente como solía serlo, no sabes de lo que es capaz por conseguir lo que quiere. Es una maldita mentirosa.
Magdalena alzó la voz para interrumpirlo.
-Cierra la maldita boca Héctor, no tienes derecho.
-Tú cierra la boca. Eres una maldita mosca muerta que te haces pasar por alguien que no eres. ¿Vas a negar que estás involucrada? Los dos tenemos la mierda hasta el cuello, por eso no te vas, por esa razón sigues aquí, viviendo conmigo, comiendo conmigo y durmiendo conmigo.
Yo no entendía nada. Era claro que Héctor estaba mintiendo, Magdalena no podía estar involucrada en sus asuntos, ella era solo una víctima más atrapada en una situación turbia generada por un egoísta. Tenía que hacer algo, tenía que ayudarla a salir de ahí, pero no se me ocurría nada, heche un vistazo buscando un arma provisional que me permitiera intentar de alguna manera desarmar o por lo menos distraer a Héctor, sin embargo, no tenía nada al alcance. Entonces escuche un clic. Héctor había amartillado el revolver con el que me apuntaba y dijo.
-Tú viniste buscando una mentira. No sabías nada, nadie te dijo nada, no representabas un peligro real antes de esta conversación, debiste irte a tiempo, ahora no puedo dejarte ir. No es personal, pero tenemos una imagen que mantener.
Yo tenía los ojos puestos en su mano, vigilando el dedo que acariciaba el guardamonte, esperando el momento en que cambiara al gatillo, pero cuando Héctor dejó de hablar, no pude soportar más y cerré los ojos esperando el disparo.
Escuche objetos caer al suelo y justo después un golpe seco seguido del sonido que hace un cuerpo cuando se desploma. Para cuando abrí los ojos el cuerpo de Héctor yacía boca arriba con la mirada perdida a escasos centímetros de mí. Levanté la mirada y vi a Magdalena con el tablero de ajedrez en la mano derecha y antes de que pudiera decir o hacer cualquier cosa ella se puso de rodillas y comenzó a golpear a Héctor una y otra vez con aquella pieza de mármol, desfigurando su rostro con cada impacto y salpicando con su sangre aquella habitación. Yo estaba petrificado con aquella escena, solo podía sentir como una lluvia cálida caía sobre mi cara. Para cuando Magdalena se cansó de golpear aquel cuerpo inerte yo no la reconocía. Me miró, pero sus ojos no eran los suyos. Yo solo pude preguntar.
-¿Qué hiciste?
Magdalena soltó un suspiro y solo me respondió.
-Estaba esperando la mínima oportunidad para librarme de este imbécil. Gracias.
Yo me quedé perplejo. No sabía que hacer, estaba en shock y solo pude repetir la misma pregunta con la voz casi inaudible.
-¿Qué hiciste?
Magdalena me miró con unos ojos tan fríos que sentí miedo. El instinto me hizo querer salir huyendo, pero cuando hice el mínimo esfuerzo por moverme Magdalena me puso el revolver en la cara y me respondió.
-No. ¿Qué hiciste tú?
-¿De qué hablas?
Dije con un nudo en la garganta y ella continuó.
-Volviste al pueblo, a este pueblo maldito que corrompe a cualquiera. Volviste buscando venganza por la muerte de tu hermano y la decadencia de tu familia. Viniste hasta aquí lleno de ira y mataste al asesino de tu hermano a golpes. Lo mataste de una manera cruel y cuando viste lo habías hecho no lo soportaste y te suicidaste.
Cuando pronuncio la última frase puso el cañón del revolver bajo mi mentón. No lo soporté más, las lágrimas me empezaron a correr por la cara y recordé las palabras de Héctor “Tú viniste buscando una mentira” ahora sabía a lo que se refería, Magdalena ya no era mi Magdalena, ya no era esa niña inocente que había conocido y con la que había compartido parte de mi vida y quizá por eso lloraba, sabía que la había perdido para siempre, Héctor ya no estaba y aun así no podría recuperarla. Entre sollozos solo pude soltar otra pregunta.
-¿Por qué?
Pregunta que no sé muy bien porque la hice, ni para quien era, pero que Magdalena se tomó la libertad de responder.
-No es personal, pero tenemos una imagen que mantener.


