Café

Por: Eli

A veces cuando lo preparo,  en su punto más caliente lo lleno de hielos recién sacados del congelador. Así es delicioso.
Pero otras veces lo olvido unos minutos y cuando menos lo espero doy un sorbo súbito, un sorbo frío…

Sé que el sabor me gusta, lo he probado antes. Pero de qué me sirve quedarme con un café frío si yo no lo quería así. Claro que me gusta así, pero yo no lo hice así, yo no lo quería así. Incluso,  intenté agregarle más hielos, pero no funcionó, lo calenté de nuevo y los hielos se derritieron súbitamente, ahora era amargo y sin sabor. La taza estaba llena casi al borde pues los hielos ahora líquidos le sumaron aún más desagrado a mi bebida.

Intenté ponerle más azúcar y luego más café, ¡sabía horrible! Intenté remediarlo de mil maneras y terminé con un litro de un líquido color café, ni frío ni caliente, ni muy amargo ni muy dulce, ni muy claro ni muy obscuro.

Me lo bebí por lástima de tirarlo por el fregadero, me lo bebí completo aun sabiendo que no me gustaba, me lo bebí a pesar de mi malestar.

Lo deje vacío. Como si quisiera llenar algo en mí. Me aferré a mi café de las mañanas.

Yo siempre supe que quería un café bien caliente con una cucharada pequeña de azúcar y media de café soluble. Siempre supe lo que quería.

Ahora mis mañanas son frías, pues antes de beber de mi café, agregó tres hielos antes de llevarme una sorpresa desagradable, como si me resignara a mis malas decisiones.

No volví a beber café.

La Revista de Arena

"La arena como el tiempo es infinita y el tiempo como la arena borrará mis huellas y perderá mi rastro"