El sonido del todo

Colección: Bestiario

Texto por: Pablo A. Ramos

Ilustrado por: Abraham Calderón.


27 de octubre

Llegué a Xalco ayer por la mañana y apenas poniendo un pie en esta tierra de manera repentina me nació la necesidad de escribir. Nunca lo había intentado dado que la lectura no es uno de mis pasatiempos favoritos. Tomando en cuenta que no creo estar a la altura de Borges o Alan Poe, decidí escribir una suerte de diario, que supongo es el ejercicio más sencillo de escritura que existe y este es el primer registro. Soy ingeniero civil y estaré aquí durante un tiempo mientras superviso la construcción de una nueva presa. Hoy es domingo y salí a caminar para conocer mejor el sitio acompañado de don Javier y su hijo, un adolescente que se llama Luis y tiene unos 16 años. Me llevaron a conocer la vieja presa, una construcción que quedará obsoleta luego de que la obra en la que estaré trabajando quede terminada. Xalco es un pueblo dedicado principalmente a la fabricación de carbón vegetal. En la zona crecen por montones huizaches, mezquites y encinos que son la materia prima más utilizada por los pobladores para la fabricación del carbón. A pesar de ser una zona semidesértica en este pueblo abundan también árboles como los álamos y los sauces, sobre todo a las orillas del río que atraviesa cerca del lugar. Le pregunté a don Javier que quería decir el nombre “Xalco” y me dijo que no estaba seguro, que le parecía que significaba algo así como el arenal o el lugar de la arena, cosa que me sorprendió bastante ya que esperaba algo más relacionado a la pequeña industria del carbón que se desarrolla aquí. Cuando le hice esta observación don Javier soltó una risita y me dijo que ahí la arena abundaba, pero que como los álamos y los sauces se encontraba alrededor del río.

Cuando llegamos a la presa quedé asombrado. Ver construcciones como esa fue uno de los factores que me empujó a la facultad de ingeniería civil. Una edificación de más de 200 años de antigüedad construida a base de cal y piedra, por personas que no disponían de maquinaria o herramientas sofisticadas. Esa obra es enorme. Un muro de alrededor de 60 o 70 metros de altura y al menos unos 450 metros de largo. Cuando veo una construcción como esa, una de las preguntas que siempre viene a mi mente es ¿Cuántas personas murieron durante la edificación de esta obra? Nunca sé por qué me pregunto esas cosas, tal vez, porque mi abuelo falleció trabajando como constructor hace ya más de 50 años. Se cayó de un andamio mientras trabajaba en el altar de la iglesia del pueblo donde nací, un altar que él mismo diseñó y comenzó a construir cuando mi padre era apenas un niño. Una obra inconclusa que contemplé cada domingo durante años, sin saber su importancia en el contexto familiar.

28 de octubre

Hoy caminé por la plaza principal después de salir de una reunión que tuve con el ayuntamiento del municipio. La plaza es pequeña pero bastante bonita. Es una plaza cuadrada, dividida en cuatro por pasillos centrales que forman una cruz perfecta, en cada cuadrante hay una jardinera y en el centro tiene un quiosco de cantera bastante llamativo. Alrededor de las jardineras hay bancas construidas con cantos rodados, cada banca tiene una placa con el apellido de la familia que la donó, así como la fecha de la donación y me sorprendió el hecho de que muchas de las bancas son de hace casi 100 años. Una me pareció bastante peculiar, la placa decía familia Zapata, la fecha de la donación era 2 de julio de 1884 y tenía un dibujo muy figurativo de lo que parecía ser un árbol. Ese detalle es el que la distingue de las otras, que solo contienen el apellido y la fecha en que fueron colocadas.

Cuando caminaba de regreso aquí, es decir, al sitio donde me estoy hospedando, me topé con Luis. Le pregunté por don Javier y me dijo que andaba en las carboneras y que él iría al monte a buscar troncos. Le pregunté si podía acompañarlo, así yo aprendía algo nuevo y conocía mejor el lugar, él acepto. Caminamos a las afueras del pueblo en donde empezaron a aparecer los huizaches y los mezquites. Luis me dijo que tenía que encontrar troncos que se vieran macizos y de buen tamaño. Le dije que a la orilla del río estaban los álamos y que tenían troncos enormes. Él me respondió. “Nombre inge, esos árboles son esponjas, traen pura agua y están todos guangos, pa este jale se ocupa madera maciza”. Cuando lo dijo escuché la voz de su padre, el acento de don Javier en una voz más joven. Me pregunto si yo tengo atisbos de mi padre a pesar de la convivencia tan pobre que tenemos. La gente dice que soy su viva imagen, pero que tengo el carácter sereno y apacible de mi madre y me gusta que así sea. Los extraño a ambos y no me he comunicado con ellos desde que llegué a aquí. Aprovecharé estas ganas de escribir y le enviaré una carta a cada uno.

29 de octubre

Hoy revisé junto con algunos funcionarios los pocos avances realizados sobre el terreno de la nueva construcción. Cuando regresábamos al pueblo siguiendo el cauce del río, encontramos un árbol muy particular. Este destacaba, no solo por su tamaño, sino por su apariencia. Su tronco es muy ancho como si dos o tres árboles se hubieran fusionado, es decir, como si sus troncos se abrazaran entre sí, además, el tronco tiene un gran hueco por donde fácilmente podría caber una persona. Por un momento pensé que el árbol estaba en sus últimos años de vida, un hueco de ese tamaño seguramente lo estaba matando. Ese árbol es muy bonito, lástima que ya casi queda listo para la carbonera, les dije a mis acompañantes y uno de los trabajadores me preguntó por qué yo pensaba eso. Le respondí basado únicamente en una creencia, una que no está fundamentada en conocimientos teóricos de botánica ni mucho menos, que ese hueco en el tronco seguro era porque se estaba pudriendo por dentro, que ese árbol no tardaría en comenzar a secarse. El sujeto riendo me dijo que no, que el árbol era más viejo que su bisabuelo y que siempre había tenido ese hueco, que incluso cuando era niño, su mismo bisabuelo le había contado que un tal Miguel, primo de Julia y Álvaro de la familia de los fruteros había entrado al tronco y se había encontrado con un demonio. Yo me quedé atónito, no por la historia del demonio, sino por la forma en la que ese tipo me hablaba de aquellas personas como si yo hubiera pasado toda mi vida en este pueblo y supiera el santo y la seña de la gente que vivía aquí.

30 de octubre

Hoy fue un día agitado. Recibimos un gran pedido de material y tuve que revisar y contar cada uno de los artículos especificados en las facturas. Luego hice un registro detallado para tener un inventario a la mano y finalmente escribí un reporte de que tanto podríamos avanzar con el material recién entregado. A pesar de que este nos servirá únicamente para arrancar, los encargados del presupuesto en la municipalidad seguro quieren oír que con eso tendremos lista media presa y que no será necesario comprar el resto de la lista, así se ahorran unos pesos que luego podrán invertir no en otra obra para el pueblo, sino en su casa propia. No es la primera vez que trabajo para gobierno, ya antes me han intentado sobornar para usar menos material o usar uno de menor calidad, solo espero en esta ocasión no tener que lidiar con esa situación.

Cuando terminé pasé por casa de don Javier que me había invitado a comer. Me presento a su esposa Doña Ana y a su hija Luz, una chica de apenas unos 13 años que estaba muy concentrada bordando una servilleta o un mantel, no estoy seguro. La chica ni siquiera me miró, sólo dijo buenas tardes. Sin embargo, cuando vi lo que estaba bordando captó mi atención. A pesar de su corta edad, sus manos se movían con una soltura que yo solo había visto en Emmanuel, el chico que tocaba la guitarra en el coro de la iglesia, que cuando interpretaba, hacía parecer que aquello era sencillo, como si sus dedos resbalaran por las cuerdas sin encontrar resistencia alguna. Las manos de Luz se movían clavando la aguja sobre la tela sin ningún tipo de duda como si aquella pieza de metal y el listón fueran una extensión más de sus dedos que podía controlar a voluntad. A cada puntada, aquella figura iba tomando forma. Yo estaba acostumbrado a ver manteles o servilletas decoradas con flores o frutas, sin embargo, Luz estaba pintando con listón y aguja, una Catrina preciosa, cuyos detalles me dejaron asombrado, jamás esperé encontrar a alguien con un talento tan excepcional en un lugar como este.

Don Javier me platicó durante la comida, que a Luz le había dado por el bordado luego de tomar un taller de costura en la primaria, pero que durante el último año se había obsesionado con eso, tanto que ya vendían o hasta regalaban las servilletas y los manteles de tantos que tenían en la casa. También me dijo que Luz había cambiado mucho, que estaba como ida “Se me puso triste mi muchachita” me dijo en un tono de preocupación. Yo solo atiné a decirle que tal vez era la adolescencia, que ya se le pasaría y que además no se preocupara, que la muchacha se estaba enfocando en algo positivo y que era muy talentosa.

31 de octubre

Hoy es jueves y no trabajé, la gente aquí no trabaja ni el 31 de octubre, ni el primero de noviembre y mucho menos el día 2 de noviembre debido a las festividades del día de todos los santos y el día de los muertos. Sin embargo, don Javier me dijo que aprovecharon que el tiempo estaba tranquilo para montar las últimas carboneras antes de que se suelte más el frío y el aire. Por otro lado, también me dijeron que los niños salen a pedir dulces por la noche el día de hoy, así que saldré a comprar algunos. Cuando era niño disfrutaba muchísimo esta época del año, no sé si era una ilusión infantil, pero sentía como a medida que se acercaba el día de los muertos el ambiente se volvía más pesado, como con algo de misticismo. Cuando me volví un adulto dejé de prestarle atención a esos detalles y por mucho tiempo me olvidé de cuánto me gustaban estos días. Hoy solo puedo decir que justo ahora vuelvo a tener esa sensación.

1 de noviembre

Lo que voy a escribir a continuación no ocurrió hoy, sino ayer, es decir el día 31 de octubre, sin embargo, luego de discutir conmigo mismo si continuar escribiendo en el día 31 decidí que lo mejor sería registrar el día 1 de noviembre, ya que hoy es 1 de noviembre. Ahora, ayer ya no escribí porque sinceramente no tenía muchos ánimos, cuando regresé era tarde y además lo que sucedió me dejó impactado.

Ayer salí al mercado a surtirme de chucherías, sin embargo, al llegar al centro del pueblo noté un alboroto. Una mujer estaba llorando desconsolada y yo solo alcanzaba a entender entre sus sollozos que decía repetidamente “mi muchacho, ay mi muchacho”. Me acerqué al tumulto de gente y le pregunté a una jovencita que estaba ahí que qué había pasado. La chica me contestó. “El hijo de Goyita se quemó”. Asumí que Goyita era la mujer que lloraba. ¿Cómo? Le pregunté y me dijo algo que de entrada no tuvo sentido para mí. “Le nació un Lumbrero, dicen que cuando le iba a dar de comer a la carbonera le salió y lo quemó. Ya se los llevaron, creo que lo van a llevar hasta la ciudad para atenderlo en el hospital”. Cuando iba a preguntarle de qué estaba hablando, la muchacha salió corriendo a uno de los locales ubicados alrededor de la plaza principal, creo que trabaja allí de dependienta. A pesar de que me dejó con un montón de dudas, me pareció de mal gusto preguntarle a alguien más qué había sucedido, sobre todo por respeto a la mujer que estaba destrozada e inconsolable.

Caminé hasta las afueras del pueblo en dirección contraria al río y continué por el camino durante 20 minutos tal y como me lo había dicho don Javier el día que llegué. En los pocos días que tengo aquí nunca había ido a donde se fabrica el carbón a pesar del gran interés que aquello me despertaba. Cuando llegué al lugar quedé sorprendido, el sitio era puro campo abierto, tan grande como un campo de fútbol o tal vez más. Estaba tapizado de montones de tierra como si fueran hormigueros gigantes de los que emanaba humo, todo aquello flanqueado por un gran muro construido de puros troncos apilados. En otra ubicación, alejados de aquellos hormigueros gigantes había otros montones de algo, cubiertos con lonas fijadas al suelo con estacas. Luego descubrí que aquellos montones eran de paja que estaban cubiertos para evitar que atraparan humedad y sobre todo para evitar que el viento los fuera erosionando.

Cuando llegué, saludé y pregunté por don Javier a dos jovencitos que no tendrían más de 20 años, ambos voltearon a verme y noté en sus rostros que estaban asustados. Uno de ellos preguntó «¿Usté es el inge?» Asumí que sí, que yo era el inge y que don Javier seguro les había hablado de mí, así que le respondí que sí. El chico no dijo nada, solo apuntó al otro extremo de aquel enorme campo donde vi a un montón de gente. Antes de caminar hasta el otro lado les pregunte a los chicos si ya habían terminado su jornada del día y me dijeron que no, pero que los otros más viejos los habían mandado a descansar. No pregunté por qué, ya lo sabía. Me despedí y les dije que fueran a casa, ellos solo dijeron adiós con un ademán y yo fui a reunirme al montón de personas al otro lado del campo.

Cuando estuve más cerca pude escuchar que aquel grupo de hombres estaba discutiendo. Escuche a un sujeto que rondaba los 50 años diciendo que había que ahogar todas las carboneras, que no debían dejar que más de esas cosas se formaran y una fracción del grupo asintió con la cabeza, demostrando estar de acuerdo con él. Sin embargo, otro tipo notablemente más joven alzó la voz y dijo. “No estén diciendo tarugadas. Eso de los Lumbreros son puras figuraciones. El muchacho se quemó por andar haciendo las cosas a lo sonso”. El otro hombre le recriminó de inmediato. “Cuales figuraciones Damián, ¿qué no lo viste con tus propios ojos?”. Entonces intervino una voz familiar para mí, era don Javier. “Vamos a calmarnos todos. Lo que pasó aquí fue un accidente. Yo creo que Damián tiene algo de razón, los chamacos siempre andan a las prisas. Ahorita lo más importante es que ya se lo llevaron a atender y no tenemos por qué tomar decisiones a lo bruto, estas carboneras ya son las últimas del año y ya están encaminadas, yo pienso que deberíamos dejarlas terminar.» Los hombres se quedaron en silencio, solo se miraban entre sí. Sentí que la gran mayoría no estaba de acuerdo, pero se negaban a discutir, finalmente Don Javier volvió a hablar y les dijo. “Las cuadrillas de Damián, la de Alejo y la mía nos quedamos a cuidar hoy todo el día. La tuya Silverio, la de Ramiro y la de Enrique se vienen mañana, ahorita ya vayan a echarse un taco y un sueño pa’ que agarren ganas otra vez. En la madrugada viene la gente de Miguel, la de Lázaro, la de Antonio y la de Mauricio. Ya ellos que se entiendan hasta que amanezca”. Los hombres no discutieron, solo se escucharon unos cuantos “ta güeno” o “nos vemos mañana” mientras el grupo se dispersaba y se quedaban solo unos veinte hombres.

Don Javier me vio y se acercó a saludarme, le pregunté si podía quedarme un rato y me dijo que sí, que dos de sus muchachos se habían ido a casa y le vendría bien un par de manos más. Me quedé hasta tarde, los hombres no hablaron mucho, me preguntaron si necesitaría gente cuando comenzara la obra y donde podrían hacer su solicitud para trabajar en la nueva construcción. Cuando pregunté por los mentados Lumbreros, uno de los hombres me dijo que solo eran cuentos, que no hiciera caso, que eran historias para asustar a los niños.

El día de hoy (1 de noviembre) regresé a las carboneras y me presenté con Silverio. Me dijo que don Javier ya les había hablado de mí y que le daba gusto conocerme en persona. Estuvimos hablando un rato sobre mi pequeña estancia en el pueblo y a cerca de mi tierra natal. Me pregunto por mi familia y me habló de su esposa y sus cuatro hijas. “A las cuatro les dio por la música y ninguna quiere casamiento. Yo no sé cómo piensan que van a vivir” me dijo en un tono entre preocupado y molesto. Esa parte de la plática me incomodo un poco ya que no supe cómo responder, así que intentando cambiar el tema le pregunté si ya había noticias del hijo de Goyita. “Dicen que está bien el muchacho. Fuera de peligro pues, pero pos qué las quemadas si fueron fuertes, más en los brazos y parte del cuerpo”. Le pregunté qué había pasado y si él había visto el incidente. Me dijo que sí. “Muchos no creen, pero ayer varios lo vimos ¿vedá muchachos?” Preguntó al aire para captar la atención de los demás. “A la carbonera le nació un Lumbrero”. ¿Un Lumbrero? ¿Qué es eso? Pregunté haciéndome el tonto, como si nunca hubiera escuchado esa palabra y esperando obtener una respuesta en esta ocasión. Silverio se encogió de hombros y negó con la cabeza mientras veía a los demás. “Son pajarracos” soltó uno de los hombres. “O eso dice la gente vedá. Que son pajarracos de lumbre”. Otra voz intervino. “¿Como pajarracos de lumbre? Son de ceniza o de humo caliente, nomás que eso sí, salen de la lumbre los cabrones” dijo uno que sonaba más seguro de sí mismo. ¿Pájaros de ceniza? Pregunté aún más confundido. “Si, esos animales se cuelan hasta por debajo de las puertas, así como el humo o las cenizas”. Dijo el mismo tipo inyectando aún más seguridad a sus palabras. “¿Usté lo divisó muchachito?” Le preguntó un hombre ya mayor en un tono burlón y todos nos reímos. El tipo respondió. “Yo no lo vi, pero mi madre nos contaba a mí y a mis hermanos que cuando eran niños les nació uno en la casa, en el comal de leña que tenía mi abuela. Decía que solo vieron como el humo y la ceniza mezclados con la lumbre salió de entre las brasas y para escaparse de allí pasó por debajo de la puerta. Entonces yo digo, si fuera un pájaro así de carne ¿apoco cabe por abajo de una puerta? y si fuera de fuego pues andarían haciendo quemazones por donde quiera”. El testimonio de este hombre animó a la multitud y otro sujeto intervino. “Pues la verdá no sé, pero a lo que yo he escuchado, dicen que si es como un pájaro y que las plumas que tiene son de carbón. Por eso una gente lo ve como ceniza y otra lo ve como fuego, porque las plumas andan ardiendo todavía. Igual la gente dice que tienen cresta como los gallos pero que esa si es de pura lumbre”. Yo había escuchado historias de bolas de fuego y brujas que se convertían en pájaros, pero nada igual a eso. Otro de los hombres intervino contando su versión o mejor dicho aportando datos extra que no se habían comentado hasta el momento. “Pues sí, yo también sabía que el plumaje de esos animales es de puritito carbón y que los ojos son dos brazas de huizache encendidas al rojo vivo. Mi apá me contaba que esos hacen nido en la lumbre. Que antes cuando la gente se alumbraba con antorchas o hacían fogatas cuando andaban en el monte, era bien fácil toparse animales de esos. Que por eso siempre hay que apagar las lumbres que uno haga, porque luego de ahí se hacen esas alimañas”. Cuando este terminó, otro de los ahí presentes intervino y dijo. “Sí, yo también había oído eso. Los ojos son brasas y cuando están fuera de la lumbre se les van consumiendo y si se les apagan se mueren, por eso se meten en el fuego pa’ mantenerlas encendidas”. Algunos de los presentes asintieron con la cabeza como confirmando que aquella información era verídica. Yo me quedé pensando, tratando de asimilar todo aquello y luego recordé lo que me habían dicho un día antes. “Esas solo son historias para asustar a los niños”. Entonces les pregunté. Esta historia se les cuenta a los niños para que no anden jugando con fuego ¿no? porque si lo hacen un Lumbrero podría salir volando y quemarlos. Los hombres me miraron y Silverio volvió a hablar. “No inge, las quemadas no son a lo que le debe de tener miedo, las quemadas se curan. A lo que le debe de tener miedo es al canto”. ¿Al canto? Pregunté inmediatamente y entonces uno de los hombres, empezó a decir. “Si uno se pone listo inge y le presta atención a la lumbre, puede escuchar el canto de esos animales infernales, si hay uno, si no pos no ¿vedá? Dicen que es un canto bonito que se mezcla con los tronidos de la madera que se quema y el revoloteo del aire caliente. El fulano que lo escucha empieza a distinguir la figura de esa criatura en medio de las llamas. Empieza a verle los ojos y el cuerpo convertido todo en brasas ardientes. Luego, le distinguen las patas posadas sobre lo que sea que se está quemando, leña o carbón. Y finalmente le distinguen el pico, un pico negro, pero tan negro que pareciera tragarse toda la luz del fuego, como si un pedazo del cielo, el cielo de noche pues, estuviera en medio de las llamas, y se moviera y de él saliera el canto. El Fulano entonces solo escucha el canto y deja de escuchar al mundo. Se apendeja y no mueve los ojos del fuego. Es como si estuviera viendo a Dios o al Diablo, no sé. El chiste es que se quedan atiriciados hasta que el canto de esa cosa termina y entonces vuelven en sí. Ya lo oyen a uno, pero no nomás eso, oyen todo”. Todos nos quedamos en silencio, atentos para que el hombre continuara, pero no lo hizo, así que pregunté. ¿Cómo que oyen todo? “Usté ha ido al río ¿veda?” Asentí con la cabeza, sin entender por qué me lo preguntaba. Luego continuó. “Cuando uno anda por allí, uno escucha como el aire mueve las hojas de los álamos ¿veda? Y uno escucha el agua correr, pero uno escucha todo junto como un solo ruido. Imagínese inge que usté pueda oír las hojas una por una, el ruido que hace cada hoja de cada árbol cuando el aire la mueve o cómo suena cada una de las piedritas que arrastra el río con la corriente”. Eso es imposible. Le dije de inmediato. No se puede, ni quiera lo puedo imaginar. Él me miró y me respondió. “Eso le pasa a los que escuchan el canto del Lumbrero. Empiezan a escuchar todo”. Miré a Silverio con mi cara de incredulidad y luego pregunté. ¿Y eso usted cómo lo sabe señor? ¿Usted ya escuchó el canto de alguno? Debo reconocer que mi voz tenía un aire de cinismo y mi intención era desacreditar de alguna manera todas aquellas historias. Sin embargo, luego de pronunciar aquellas palabras, noté como la cara de Silverio se contrajo, como si de mi boca hubiera salido una ofensa imperdonable. Sentí como si Silverio quisiera gritarme ¡Cállate pendejo! Lo noté en sus ojos, pero no lo hizo. Serene mi rostro, quité la risita burlona de mi boca y voltee a ver al hombre. Él no me miraba, miraba hacia la orilla de aquel inmenso campo, no sé si vigilando las carboneras ubicadas en esa zona o simplemente miraba al horizonte. Sin voltear a verme empezó a decir. “Yo no inge. Fue mi madre. Mi madre escuchó a uno de esos malditos animales. Luego de eso ella no volvió a ser la misma. Ya no dormía por las noches. Decía que escuchaba respirar a las gallinas en el corral, escuchaba al maldito gato en el techo y decía que hasta escuchaba como su propia sangre le corría por la cabeza. Ella se veía agotada y nunca nos dijo nada al respecto, pero yo creo que hasta los latidos de mi corazón y los del corazón de mi padre le molestaban. Aquello seguro que era insoportable y tiene usté razón. No se puede imaginar, es imposible. Ella decía que muy seguido le parecía escuchar el canto del Lumbrero como desde un lugar lejano, pero sabíamos que eso solo estaba en su cabeza”. El hombre hizo una pausa y luego me miró. “Pero usted puede creer o no, es libre”. El hombre caminó hasta donde estaba sentado Silverio, tomó una de las palas que estaban recargadas en el muro de troncos y se alejó. Silverio suspiró y gritó. “A jalar pues”. Y todos los hombres tomaron sus herramientas y volvieron al trabajo.

2 de noviembre

Hoy regrese a las carboneras para encontrarme con don Javier. Cuando me vio, me preguntó si estaba listo para otra jornada y le dije que sí. Mientras trabajábamos le platiqué lo sucedido un día antes. Le conté acerca de las historias de los Lumbreros y todo lo que había dicho el otro sujeto. Don Javier se quedó serio por un momento, como seleccionando las palabras adecuadas para decir lo que quería decir. “Es Adolfo, a él le afectan mucho estas cosas. Su madre murió cuando él era apenas un muchacho. La encontraron muerta atrás de la casa en los corrales. Dicen que la mujer prendió una lumbrita y calentó dos cuchillos hasta que estuvieron rojos, y Luego se metió uno en cada sentido”. Dijo don Javier señalando con ambas manos sus oídos. Yo me quedé helado, intenté decir algo, pero solo me salieron balbuceos. Don Javier me interrumpió. “Usté no sabía nada de eso, inge. Ni caso tiene que se atormente”. Yo solo me quedé en silencio y continué trabajando.

Colección: Bestiario

La Revista de Arena

"La arena como el tiempo es infinita y el tiempo como la arena borrará mis huellas y perderá mi rastro"