Tus misterios.

Colección: Bestiario

Por: Jesús T. Aldaba.

Ilustrado por: Sebastián Aldaba de Lira.

Odio esta maldita tienda. Apenas llevo un mes siendo dependiente y ya odio con todo mi ser esta maldita tienda olvidada de Dios. De día casi no viene nadie, solo la señora con el parche en el ojo una vez por mes a pagar sus recibos con un montón de monedas tibias y pláticas inútiles. También vienen algunos compradores ocasionales buscando cigarros o cerveza. De noche la cosa se pone peor, no viene ni el sonido del centro de la ciudad. Solo se escucha el ruido del cuadro de luz neón, ese maldito sonido eléctrico infernal y el puto frío que se siente hasta los huesos. De vez en cuando me robo algunas cajas de cigarros del mostrador y salgo de la tienda a fumar debajo de las luces, debajo del sonido que parece estar vivo y a un costado de la enorme alcantarilla que está a un lado de la puerta. Casi siempre me termino la mitad de la caja antes de las diez, hora en la que la puerta se cierra y solo se atiende usando la ventanilla, si es que se atiende a alguien. Yo ya no puedo. Los últimos dos años de mi vida los he vivido como si solo fuera una espectadora de una película de mierda, de esas que aburren por lo lento que van, como si te pusieran hielo en los ojos, si es que eso tiene sentido, aunque creo que nada de lo que digo últimamente tiene sentido. No recuerdo la última vez que dormí de manera continua, hace años que no lo consigo. Fue por eso que busqué un trabajo en donde no importara mantenerme despierta de noche. Hace ya rato que no puedo dejar de pensarla. Cierro los ojos y empiezo a pensar en ella, pero no de formas convencionales, yo la imagino toda rodeada de oscuridad, con sus cabellos rojos como brasas ardientes iluminando su pálido rostro y sus ojos estacionados en algún punto del tiempo, uno en donde yo no estoy, uno en donde yo desaparezco de su vida. La vida se me hizo nudos en este maldito lugar, «Jalco». Ojalá no hubiéramos venido nunca, ojalá que Mar me hubiera hecho caso y hoy probablemente estaríamos las dos en el norte del país con el calor estampándose en nuestras caras. Todavía recuerdo la última vez que la vi, con su cámara colgada en el cuello despidiéndose a lo lejos. Nadie la volvió a ver después de eso y yo aquí en esta estúpida tienda no sé cuántos meses después. Son casi las diez de la noche y todavía no enciendo el letrero de afuera. No quiero escuchar ese sonido, no ahora. No ha venido nadie como en media hora. Todo está muy silencioso. Solo escucho como el tabaco se quema a cada calada que le doy a mi cigarro y a lo lejos los motores de los refrigeradores de la tienda. La noche es muy linda. El aire es muy fresco, se siente en la cara como si estuviera en fiebre o como si acabara de vomitar, me siento así, a pesar de no haberlo hecho. Hoy me siento particularmente de la mierda, eso me da mucha pena, yo no pertenezco a esta noche tan linda, no encajo. A ella le aburrían estas noches tan tranquilas. El pecho me estaba pulsando y no quería que regresara el dolor así que por hacer algo encendí el letrero de luces neón. En cuanto lo hice y escuché su sonido me entraron unas terribles ganas de llorar. Lloré como por una hora, lloré hasta que me cansé, hasta que ya no pude. Me dormí sobre el mostrador después de eso. Cuando desperté revisé el reloj y faltaban veinte minutos para la una de la mañana. Más o menos a esta hora se me vienen a la mente muchos recuerdos, muchos momentos que extraño desde el primer instante en el que se fueron. Esos son los buenos momentos, los que te duele dejar de vivir, los que condensas a través del tiempo, los que te duelen ¿No? Ya no me importa nada, lo único que quiero es que ya no me duela. Cuando ella se fue se me fue todo lo que me importaba, lo gracioso, lo lento, lo rápido, las historias. Amaba sus historias y la manera en la que me las contaba. Creo que nadie entró a robarme mientras dormía casi de manera comatosa hace rato, ni para eso sirve esta tienda de mierda. Hace rato destapé una botella de Jack Daniel’s y tomé otra caja de cigarros porque perdí la otra, ahora me fumo una roja de Marlboro. Llevo ya la mitad de la botella y seis o siete cigarros y todavía siento que no me importa, todavía quiero que me importe por lo menos conservar este maldito trabajo o que me deje de importar el estúpido sonido de las luces neón. Huele de nuevo a pimienta y drenaje, a eso es a lo que huele esta parte de la ciudad llena de alcantarillas. Ya lo tengo decidido, me voy a emborrachar como nunca me he emborrachado. Intenté tomarme de un solo trago lo que quedaba de la botella de whiskey, pero fracasé. Me quedé a tres o cuatro segundos de vaciar la botella cuando sentí que me ahogaba y la aparté de mi boca y empecé a toser tan fuerte que el pecho me dolió. Volví a beber y mientras lo hacía recordé la primera vez que la besé. Fue en la presa de piedra mientras me contaba o mejor dicho, me juraba, como se había encontrado meses atrás en ese mismo lugar un misterio del tamaño de un balón de fútbol. Me dijo que la viera a los ojos, que solo así yo podría saber que ella decía la verdad, porque los ojos no mienten. Ella se inclinó hacía mí y acercó su rostro al mío y yo la vi y me quedé como pasmada viendo sus ojos. Yo podría haberme quedado así y creerle todo lo que ella me dijera y dormirme ahí pegada a su mirada, pero la besé. La besé como si fuera una necesidad, como comer o salir a respirar cuando estás bajo el agua. Tomé otra botella, la destapé y cuando empecé a beberla recordé que la tienda seguía abierta, es decir, que no había asegurado la puerta principal así que como pude fui a trabarla. Estaba tan borracha que estuve intentando poner el seguro por lo menos unos tres minutos hasta que por fin pude hacerlo y en cuanto escuché el pasador correr, sentí como algo me cayó en la mano en la que tenía la botella. Era una lágrima, estaba llorando y no me había dado cuenta. Le di un largo trago al whiskey después de eso y como a los 6 segundos sentí que me caía de espaldas así que corrí hacía atrás para tratar de evitarlo hasta que me estampé en uno de los anaqueles en dónde ponemos el café instantáneo. Nunca quité la botella de mi boca. Solo sentí como tronaban mis dientes contra el vidrio de la botella mientras estampaba mi cabeza y mi espalda contra los frascos de café. Terminé mi largo trago cuando estaba tirada en el piso con la espalda contra la estantería. Dejé caer la mano izquierda en el piso como simulando estar en agonía y entonces encontré los cigarros que había perdido. Ahí estaba esa caja blanca de cigarros a medias que ya había olvidado, pero al parecer ella no se había olvidado de mí. Ella y yo teníamos cuentas pendientes, así que, de la peor manera posible, elegantemente saqué un cigarro y lo estampé contra mi mejilla al querer ponerlo en mi boca, eso me dio risa, que inútil y miserable ebria soy, que tan inservible me vuelvo cuando me olvido del dolor, así que bebo y busco mi encendedor y como puedo prendo el cigarro. Fumo y bebo desordenadamente y recuerdo sus historias. Recuerdo el día en el que ella y Manuel hicieron aquella sesión de fotos al alcantarillado. Recuerdo cuando me contó sobre su bisabuela y su obsesión con el tejido y los peinados por haber escuchado al fuego, o a los braseros, a lo que sea que fuera. Ella siempre con sus historias, con sus manchas de sangre por la ciudad, con los dedos en cajas y los pájaros de fuego. No se como llegué a amarla tanto si ella era como un pedacito de este maldito pueblo que odio. Seguí bebiendo y fumando hasta que se terminó mi cigarro y encendí otro y entonces lo vi. Cuando caí quedé volteada frente a la puerta principal y desde ahí podía ver un extremo de la alcantarilla que está debajo de las luces. Mientras sacaba humo de mis pulmones y jugaba con él, pude ver como de la alcantarilla sobresalía lo que parecía un montón de telas muy negras y gordas que acariciaban el aire. Traté de enfocarlas con todo mi ser, pero la borrachera hacía que todo me diera vueltas. Fumé de nuevo y tomé de la botella que estaba ya por terminarse y traté de acercarme un poco más, pero fue inútil, en ese estado yo solo era una bolsa de basura que fumaba y bebía. A lo lejos mientras todo giraba pude ver como aquello salió por completo de la alcantarilla. Era como si metieras abajo del agua un montón de telas negras anudadas y con muchos extremos. Aquello no tenía ojos, pero de algún modo sentía que me estaba viendo y yo no podía apartar la vista de aquella cosa. Creo que ya sé que es. Tenías razón. El único modo de ver la verdad es a través de los ojos de la gente. Yo no vi la verdad aquella vez, no vi cómo querías que yo te creyera, que yo no cuestionara tus ojos, que solo aceptara tu vista afilada que me apuñalaba los sentidos. Perdón, no pude entenderte, no pude entender las palabras que salían de tus ojos. Me dijiste tu nombre, tu edad, tus signos y tus señales y lo mejor que pude hacer fue lanzarte un inútil beso. Me dedicaste lo mejor que tenias para ofrecer, tus secretos, tus misterios, lo frágil que estaba detrás de tus vidrios de miel y yo solo pude darte lo que sentía que aún no era tuyo, lo que aún no te pertenecía, mis besos que se morían, pero que no se iban. Tenías razón, porque cuando veo mis ojos yo ya no veo nada, mis verdades se perdieron contigo y a los besos les salieron alas y se fueron lejos. Te creo, tenías razón.  

Colección: Bestiario

La Revista de Arena

"La arena como el tiempo es infinita y el tiempo como la arena borrará mis huellas y perderá mi rastro"