INTRUSIVO

Por: Meritzi

Coraline había amanecido de muy mal humor; sus pantuflas estaban mordisqueadas por Max, su perro y sentía que todo en ese día iría en contra suya. Incluso respiraba con dificultad, como si el aire se pusiera denso solo para fastidiarla.

Caminó descalza hasta su baño; mientras cepillaba sus dientes, el impulso de hacerlo más y más fuerte hasta que le sangraran las encías apareció, pero ella no lo hizo. Sabía que no quería sufrir, pero, quizás, en el fondo, muy en el fondo, sentía que lo merecía. Max la observaba muy quieto desde afuera del baño. Coraline lo miró de reojo; no era raro que estuviera ahí, de hecho, era casi como un ritual; aun así, el que la estuviera mirando provocó un destello de ira en ella. ¿Cómo se atrevía a estar allí después de casi destruir sus únicas pantuflas? Ella se imaginó a sí misma tomando al perro, apretujarlo y luego lanzarlo por la ventana de su habitación. No entendía por qué quería hacer eso. Ella amaba a Max casi como si lo hubiera parido. La sola idea de verse a ella lastimando a su mascota provocó una ola de llanto que, poco después, pudo calmar.

Mientras cocinaba el almuerzo, logró resistirse a la idea de clavarse el cuchillo del pan en el estómago; no entendía muy bien el porqué, pero estaba decidida a que ella sería la única que podría hacerle daño a su cuerpo.

Todo desde su perspectiva estaba borroso. Sus recuerdos, su visión… Todos sus sentidos estaban borrosos, distorsionados. Sentía los latidos de su corazón acelerarse constantemente; su pecho se achicaba y a sus pulmones les faltaba aire. Coraline estaba alerta. Sentía que en cualquier momento moriría, que, en cualquier momento, sus pensamientos lograrían apoderarse de ella. Que todo se volvería realidad.

Todo estaba causándole conflicto, creía que todo podría hacerle daño; ella ya había imaginado todas las situaciones en las que podía morir. Había pasado los últimos días pensando en todas y cada una de las circunstancias en las que podía lastimarse, lastimar a Max o a quien fuese que se topara, incluso había pensado en cómo hacerlo posible. Debido a eso, no había podido dormir más de un par horas en las últimas semanas. Eran momentos donde ella no controlaba a su mente; su mente la controlaba a ella. Estaba harta, cansada de sentir y de no identificar el porqué.

Decidió no salir de casa. En esa ocasión se quedaría en pijama todo el día y no haría nada en lo absoluto, ni siquiera se movería. Haría todo lo posible por sobrevivir. Pasó una hora, dos horas, tres horas y Coraline no se había movido; estaba recostada sobre su sofá, solo respiraba y parpadeaba. Si embargo el cuerpo le empezó a picar, su mano exigía que se rascara, pero ella no quería hacerlo; que tal que, sin querer, lo hacía muy fuerte hasta desangrarse. Ella no se iba a arriesgar. Incluso encerró a Max en la alacena para no lastimarlo. Estaba segura de que, si lo seguía viendo el resto del día, le haría daño.

Después de un rato, llamaron a la puerta de su departamento. Su ritmo cardíaco, que había logrado apaciguarse, se volvió a acelerar. ¿Sería ese el repartidor que trajo su pedido en línea? ¿Sería hombre? De haber sido un día normal, Coraline habría salido emocionada a recibir su paquete, pero ese no era un día normal. ¿Cómo podría estar tranquila si nada le aseguraba que la persona detrás de la puerta no querría hacerle daño?

Desistió de no moverse. Caminó lenta y sigilosamente hasta la puerta, como si de un gato se tratase. Observó por la mirilla, pero solo vio a una persona cubierta del rostro.

Era verdad. ‘Él’ también quería lastimarla.

Los ojos de Coraline empezaron a aguarse; ella no quería que ‘Él´ la escuchara, no quería que supiera que estaba ahí. Solo quería hacerse chiquita y llorar y huir. Pero el llanto empezó a ser incontrolable. Coraline moqueaba y sollozaba ruidosamente y, a partir de ese momento, comenzaron a tocar la puerta con más insistencia, como si la persona del otro lado estuviera dispuesta a tumbarla.

Coraline estaba aterrada, no sabía qué hacer, pero no podía permitir que ningún otro hombre la lastimara, ni siquiera volverían a tocarle un pelo. Nadie más usurparía su cuerpo.

Armándose de valor, corrió a la cocina y tomo el cuchillo más afilado que tenía. Sus pupilas estaban tan dilatadas, que sus ojos verdes se percibían como negros. Esa no parecía ella.
Abrió la puerta y, sin detenerse a pensar un solo segundo, se abalanzó sobre ‘Él´, apuñalándolo más de cinco veces en el estómago, otras cuantas en la garganta e incontables veces en la entre pierna. Ni ´Él´ ni nadie la volvería a lastimar.

Inmediatamente después de eso, Coraline cayó inconsciente sobre el cuerpo inerte de Rowen, su mejor amiga a quien llamó esa mañana, diciéndole que alguien estaba acechándola.

Ilustración por: Abraham Calderón

La Revista de Arena

"La arena como el tiempo es infinita y el tiempo como la arena borrará mis huellas y perderá mi rastro"