Mi humo se mete violentamente
en la casa de los árboles.
Agitan sus dedos como saludándome
y el viento retuerce la quietud de la noche,
pero todo sigue igual, aunque nada sea como antes.
¿A cuántos momentos por segundo
se me retrocede la vista entre las hojas?
Y este cansancio que las aterciopela,
esta falta de nitidez que las cobija.
Me siento lejos,
a un año y varios meces
de ser lo que nunca fui
y a varias vidas de no ser
el que fuma debajo de los árboles
mientras cuenta palabras
con la sangre del estómago.
Por: Jesús T. Aldaba.

