Por: Sebastián Aldaba de Lira
Cada año, desde que era niño, un joven visitaba a una persona especial en la época navideña, que le contaba historias emocionantes. Para el joven, escucharlas le creaban una sensación de calidez. Esta es la historia de Emilio y Amaia.
Emilio en ese entonces era amable, de corazón bondadoso, siempre alegre. Cada año, justo en las fechas navideñas, Emilio, desde muy lejos, visitaba a Amaia, su abuela. Escuchar sus historias era lo que más amaba. La forma en que eran contadas hacía que la imaginación de Emilio creara escenarios alucinantes, se adentraba en un mundo sorprendente. Dragones, autos que vuelan, criaturas extrañas, cualquier objeto o personaje. Hasta el más mínimo detalle era emocionante.
Los años pasaron y las historias nunca se terminaban hasta que un día Amaia comenzó a enfermar. Pero esto no le impidió seguir contando sus historias a su querido nieto, aunque a veces eran interrumpidas por una tos incontrolable y agresiva. Con el paso del tiempo Amaia empeoró. Su enfermedad hizo que ya no pudiera levantarse de su cama. Respirar para ella era cada vez más complicado y su capacidad de hablar era mínima.
Después de no ver a su abuela durante un largo año, Emilio llegó a casa de la abuela, emocionado y feliz, entró corriendo a la habitación esperando un abrazo y un cálido beso, pero al ver el estado en que se encontraba Amaia su felicidad se tornó a tristeza y preocupación. Amaia solo miraba las expresiones de tristeza en las caras de sus hijos y de su nieto. Sabía qué si soltaba lágrimas, sus hijos romperían en llanto. Emilio se acercó, tomó su mano y en esa ocasión, él sería quien contará la última historia. – Había una vez una amorosa madre y abuela, que le contaba las mejores historias a su nieto. Ella nunca dejo de amar a sus hijos y en especial a su adorado nieto. Siempre se empeñó en que las navidades fueran divertidas-. Entre sonrisas y lágrimas, mientras Emilio sostenía su mano, Amaia cerró sus ojos y dio un suspiro de paz, de descanso y su corazón dejó de latir.
Está fue la última navidad alegre para Emilio, ver que su abuela, la persona que más admiraba, la persona que se encargaba de hacerlo feliz, se había ido. Emilio, con una voz quebrada, le pedía a su abuela que despertara, que se levantará, que le contará más historias y al ver que Amaia no respondía, soltó un grito desgarrador.
Para Emilio, las navidades nunca fueron lo mismo, contaba los días para que pasaran más rápido, se encerraba en su habitación y no salía durante todo el día. Aquel niño que se veía feliz, que tenía un corazón bondadoso, se volvió frío, todo el tiempo con una expresión sería y triste. Emilio jamás volvió a la casa de su abuela, los recuerdos alegres que se encontraban ahí se volvieron nostálgicos para él.

