Sagrada

Por: Esau Aldaba Ramos

María estaba contemplando una pequeña flor en medio de la oscuridad y el silencio de aquel lugar, un ambiente tan apacible que hizo que ella se sumergiera profundamente en su mente dominada por el miedo y tristeza en ese momento. En medio de aquella soledad y entre lágrimas María se preguntaba cómo todo había cambiado tan rápidamente a su alrededor, cómo todas aquellas personas de su pueblo, incluidos sus padres se habían convertido en esas criaturas temibles que la perseguían.

Recordaba estar llegando de sus paseos nocturnos en el monte, esos paseos relajantes donde bajo el baño luminoso de la luna y el sonido inconfundible de los grillos podía apreciar hermosos paisajes que le otorgaban paz a su alma dentro de aquella ajetreada vida que llevaba, paseos en los que además aprovechaba recolectando plantas y flores que le parecían demasiado bellas y llevaba a su cuarto para darle color y alegría. Su hermano había muerto la noche anterior por alguna causa desconocida y en esta ocasión esa había sido la causa de que su paseo fuera más largo de lo habitual. Desde en la mañana, después del entierro de su hermano, en el pueblo entero se sentía una tristeza tan grande que incluso el sol había decidido esconderse y el viento helado corría velozmente a través de todas esas calles polvorientas llevando consigo los lamentos de aquella mujer que lloraba inconsolable la pérdida de su hijo. Su padre había comenzado a beber tan pronto habían llegado a casa y era más que obvio alargaría esta actividad por un buen tiempo. Fue por este motivo que en la noche decidió adelantar la hora de su paseo. A su regreso esperaba encontrarse con esa escena en el pueblo, pero no fue así. El crujido de las ramas bajo sus pies retumbaba en su cabeza, causando en su alma apenas tranquilizada una inexplicable inquietud, el viento había huido de aquel pueblo y los grillos habían cesado su canto como si supieran los eventos tan aterradores que le esperaban a María en su destino. Su inquietud se manifestó por completo cuando vio a lo lejos una multitud enardecida liderada por unos hombres que vestían una túnica negra y tenían un objeto colgado del cuello el cuál María no lograba percibir bien, pensaba en que sucedía en el pueblo y porque esos hombres estaban ahí, cuando un grito que surgió de aquella multitud la sacó de su trance tan solo para ver como todos comenzaron a correr en su dirección mientras gritaban infinidad de cosas que no entendía bien, miro los rostros de la gente y le parecían conocidos pero al mirar su ojos llenos de odio y desprecio era como si no fueran las mismas personas con las que había crecido toda su vida, ni siquiera sus padres, parecía que la presencia de aquellos hombres los había convertido en criaturas sedientos de sangre que iban tras ella.

Corrió desesperada hasta perderlos de vista y en su camino se topó con el almacén del pueblo, al cual entró con la intención de esconderse. Se sentó en un rincón del almacén que quedaba frente a la puerta, el cuarto estaba tan oscuro como aquellas noches en que las nubes tapaban la luna y tan solo se podía ver su resplandor detrás de ellas. María se encontraba entonces rodeada de esa oscuridad y silencio mientras recordaba todo lo que había sucedido minutos atrás, el ambiente a su alrededor se había tornado sombrío, la oscuridad que tanto disfrutaba en sus paseos se había convertido en su enemiga, ahora la oscuridad le hacía sentir miedo y desesperanza, escuchaba los pasos y gritos acercándose y alejándose, los golpes cercanos y lejanos contra las casas, su corazón latía tan fuerte que sentía como todo su cuerpo temblaba a su mismo ritmo, sus ojos comenzaron a llorar y su mente cada vez se iba sumergiendo más y más en el miedo. Dentro de esta densa oscuridad tan solo un pequeño rayo que atravesaba las tablas del techo de aquel lugar luchaba y cruzaba esa densa oscuridad hasta llegar a una pequeña flor que estaba tirada en el piso, flor en la que María centró su atención silenciando momentáneamente los gritos y golpes a su alrededor.

De pronto el sonido de la puerta del almacén abriéndose la sacó de sus pensamientos y volvió de golpe en si, vio como uno de esos hombres vestidos de negro caminaba hacia ella, el rechinido de la madera la hizo estremecerse y a cada paso su esperanza se iba esfumando hasta que aquel hombre pisó aquella flor y por fin María pudo distinguir aquel objeto que traía colgado al cuello, una cruz de madera que quedó iluminada por el rayo de luz que había penetrado en aquella densa oscuridad. El hombre la agarró con fuerza de uno de sus brazos y le dio un fuerte golpe en la cabeza. Aquella cruz fue lo último que vio María antes de perder la conciencia.

La Revista de Arena

"La arena como el tiempo es infinita y el tiempo como la arena borrará mis huellas y perderá mi rastro"