Me dejaste el reflejo nicotínico.
Cada que el aire late con la frecuencia correcta,
una mano de verdugos recuerdos
me estruja el alma adolorida por pensarte
y te pienso otra vez y te exhalo otra vez.
Me siento lejano al verme
mirando a los ojos entre los murales de luces
y el cuerpo completo de las palabras
y los textos corporales de tu voz incorpórea.
Ojalá que el espejo tuviera fotografías
del huerto de alegrías que sembrabas en mis ojos.
Ojalá pudiera yo borrar tus palabras muertas
y con ellas el maldito día en el que por fin te conocí.
Todos los días faltan quince minutos para la hora que sea,
el tiempo se me desangra mientras disecciono
las memorias correctas y la tinta se seca
en la pluma, senderista de paisajes nevados.
En una hoja que levita por un suspirar del viento,
bajo la seda blanca nocturna que cobija las noches de marzo,
con un gesto de enamorado en pausa
y al calor de la hoguera de Sabines
voy a escribirte mis quejas a tu imagen y semejanza.
Por: Jesús T. Aldaba

