Por: Jesús T. Aldaba.
Juan cierra los ojos y toma el autobús. El viaje es sumamente tranquilo y duerme, vive de nuevo, ahora todo es suyo porque nada importa. ¿Por qué nada importa? Huele a pan y cempasúchil. Está en casa donde impera la soledad. No hay muebles, ha muerto la comodidad del hogar que viene con el alba. Juan va a su cuarto, solo está su cama y en la pared, sobre la almohada, está un viejo reloj congelado y un poco más arriba un cristo que no es como los otros. Está clavado en la cruz clavada en la pared azul, pero este no sufre, este se ríe y el momento es hilarante. Él lo escucha y le pregunta al oído, ¿mañana? Y cristo responde entre risas, no lo sé. Juan prende un cigarro y abandona la habitación. Cierra los ojos y viaja, sen sin sentido práctico. Sus uñas están largas y sus jeans sucios. Se encuentra solo frente a un huizache de flores amarillas, la soledad invade el recuerdo porque no hay olor, solo huele a pan y a cempasúchil y las flores se vuelven pálidas, tan pálidas como flores para la muerte, el viento las arranca del árbol y juan cierra los ojos en el recuerdo y escucha el azul cantor de los pájaros prisioneros y piensa. ¿Mañana? El fuego del cigarro le quema los dedos y abre los ojos al sueño, y del sueño al estado de vigilia. Juan despierta recostado y una banqueta fría lo devuelve a la realidad. Ya es de mañana y solo puede pensar que, a pesar de todo, aún está con vida, pero si ese día no viajaría, eso ni cristo lo sabía.

