Por: Pablo A. Ramos
Me encontraba absorto en mis pensamientos, dándole vueltas a los deberes, buscándole soluciones a problemas que a pesar de mi mayor esfuerzo no podría resolver en ese momento, ni al día siguiente, ni siquiera en el resto del año, pero, así somos los seres humanos, siempre presionados, queriendo sentir que tenemos el control, engañados por nosotros mismos, ignorando que los problemas son los que nos controlan y los deberes los que nos mueven.
Ahí en ese estado, según yo de máximo control, donde nada se me podía escapar, en mi mente medía, analizaba y «solucionaba». Pero, fuera de ahí algo pasaba, algo se escapaba, sin moverse se iba alejando, muy lento o muy rápido, no lo sé, tal vez si hubiera prestado atención sabría decirlo.
De repente algo me sacó de ese lugar, me hizo prestar atención nuevamente al exterior, me dolía la pierna derecha de nuevo y sentía un poco de hambre, pero eso no fue lo que rompió mi burbuja, fue algo más externo a mí, incluso fuera de mi casa, de hecho eso estaba a tres o cuatro casas de distancia. No lo podía ver, pero podía escucharlo, un grupo de voces, voces infantiles interpretando una canción, una canción melancólica para muchos pero sobre todo divertida.
Mi mente se echó a andar de nuevo intentando ubicarme en la línea temporal, al no tener éxito recurrí a consultar mi teléfono. «Primero de noviembre, ocho treinta y cinco p.m.» leí en mi mente. Una de mis fechas preferidas del año y yo ni siquiera estaba enterado. ¿Cómo pudo ser posible que a mi mente tan cuidadosa que no dejaba escapar detalle alguno se le haya escapado el tiempo?
No pude haber formulado pregunta más estúpida.

